viernes, 10 de agosto de 2012

Síndrome de Stendhal


¿Podemos marearnos, sufrir taquicardia e incluso llegar a perder el conocimiento por experimentar un sublime placer estético? Éstos síntomas fueron los que el escritor francés, autor de El rojo y el negro o La cartuja de Parma describió cuando visitó en 1817 la iglesia de Santa Croce en Florencia:

"Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme"

Muchas personas tenemos un sentimiento sobrecogedor al visitar una ciudad monumental o ante obras de arte que previamente ya conocíamos por fotografías o libros o incluso totalmente desconocidas hasta el momento.

Desde mi experiencia personal he tenido la suerte de experimentar este intenso placer estético, aunque lo de los desmayos sea algo exagerado, ante obras de arte que ya conocía como la portada de la catedral de Estrasburgo o los frescos de la capilla Scrovegni.

Pero quizás sea más agudo cuando sucede ante algo desconocido, como si se tratara de "un amor a primera vista" . Es lo que me ocurrió en ArtBasel cuando conocí uno de los "seascapes" de Hiroshi Sugimoto. Sentí un flechazo, un enamoramiento instantáneo al captar mi atención entre una multitud de obras de arte contemporáneo, tenía taquicardia y un profundo sentimiento de admiración incondicional. ¿Cómo es posible transmitir tanto a través de tan poco? no sé si a esto se le puede llamar minimalismo o arte conceptual. Lo cierto es que me recordaba a las abstracciones de Rothko y me llamó la atención cómo una fotografía de algo tan quieto y sereno podía ser reflejo de lo inquitante y lo sublime.

Hiroshi Sugimoto "seascape"


Por otra parte, tampoco hay que olvidar que las riadas de turistas y las conglomeraciones de visitantes son un obstáculo a la hora de experimentar esta enfermedad psicosomática. De hecho, hay veces que sufrimos mareos y desvanecimientos pero por todo lo contario, por el agobio del bullicio o cuando tu tiempo de visita es limitado con un grupo y un guía que te han impuesto en contra de tu voluntad. Te sientes parte de una manada de borregos. Un ejemplo de ésto fue cuando visité la Capilla Sixtina en la que apenas tenías espacio para moverte entre tanta gente después de esperar colas inhumanas. Así que ante tal mal recuerdo de contemplar la obra de arte bajo estas condiciones, me consuelo admirándola en una buena edición con tranquilidad, aunque de esta manera sé que no podré experimentar ninguno de los síntomas.






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